viernes, 10 de febrero de 2017

Filmaciones (4)

CARABELOS, PAXES Y PAXOS
Presento ahora estos dos reportajes juntos por la gran similitud que hay entre el trabajo de los cesteros Ramón Laxe (https://vimeo.com/203360133) y José Allende (https://vimeo.com/200721871).
No se trata de una relación personal -ni se conocen, ni han oído hablar el uno del otro-, sino una de costumbres, la que en este caso hay entre la manera de hacer un cesto de varas en el norte de Lugo y la de realizarlo en el centro de Asturias. Con ello quiero poner de relieve algo muy común en la cestería popular y, en general, en las artes tradicionales: las delimitaciones administrativas del territorio nada tienen que ver con estas actividades y sus diferencias. Por el contrario, aquí nos movemos en áreas siempre difusas (en este caso la que abarcaría más o menos el tercio norte de Galicia y parte de Asturias), donde se mantienen ciertas costumbres en el arte de hacer cestos. Determinadas técnicas rigen la labor en esos territorios pero nunca con reglas estrictas sino más bien vagas, generales y que se adaptan al material propio del lugar (en este caso, mimbre en Galicia y avellano en Asturias) de manera que, no sólo entre dos pueblos vecinos encontramos diferencias, sino de un cestero a otro de la misma aldea e, incluso, de la misma casa. Esta indefinición que marca la labor en sus distintos aspectos (geográfico, técnico, de material, etc.) pone de manifiesto una característica de la cestería tradicional que podríamos formular como la de 'siempre igual, siempre diferente', algo que, más allá de esta particular actividad, refleja la oposición del 'más o menos' (característico de las artes populares) con la del 'sí o no' (propio de las académicas, al menos en sus vertientes más progresadas) y que, pienso, se podrá apreciar en estas dos filmaciones.
Carabelos de la costa lucense
Técnicamente, la construcción de paxespaxos carabelos tienen estas características comunes:
-Formato: cuadrado o rectangular
-Número de montantes: 16 (En cestería popular de varas, el número de costillas o montantes de un tipo de cesto es generalmente el mismo, independientemente de las medidas que tenga. La diferencia estriba en el tamaño y grosor de las varas empleadas, según la pieza sea mayor o menor).
-Tejido: Cordones de dos varas
-Remate: Cada montante, doblado, pasa, uno sí, uno no, los tres o cuatro siguientes.
A partir de estas propiedades surgen las variantes más comunes:
- Paxes y carabelos de la costa lucense: Formas cóncavas en sus dos caras más anchas. Añadido de seis montantes extras de la manera que se podrá apreciar en el vídeo. Tejido con una sola vara siguiendo la técnica que los ingleses denominan como English Randing (no encuentro término para esa técnica ni en gallego ni en español).
- Paxes y carabelos del resto de Galicia: Remate en cordón según una técnica particular descrita en mi libro "Cestería de los pueblos de Galicia". En algunos casos, con el fin de remarcar las esquinas, se añaden cuatro montantes extras, uno en cada una de ellas. También, en algunas zonas, en lugar de tejer con cordones de dos varas lo hacen siguiendo el método de E. Randing.
- Paxos de Asturias: Asa acordonada, según se verá en el reportaje.
Paxo asturiano
A Ramón Laxe (Burela, Lugo) lo conocí hará unos trece o catorce años, viviendo yo en Galicia y, desde entonces, siempre que visitaba Burela pasaba a saludarlo para charlar y aprender de él. Su vida, como la de casi todos los cesteros que por aquí van apareciendo, estuvo repleta de aventuras. Recorrió mucho mundo como cocinero en barcos de pesca y, ya viejo, jubilado y viudo aún dedicaba muchos fines de semana a llevar en su 'seiscientos' a su nieto músico hasta los lugares donde le iban saliendo conciertos. Como cestero, podrá apreciarse el esmero y cuidado con el que realizaba los carabelos (nombre que reciben por ciertas zonas de Galicia las cestas con un asa) y paxes (las de dos asas), algo significativo cuando se tiene en cuenta que unos y otros siempre han sido piezas de uso para labores poco delicadas. De las muchas anécdotas que con él me sucedieron contaré una que da sentido a las últimas imágenes de este reportaje sobre su trabajo que hoy muestro. Durante uno de nuestros encuentros, Laxe (que es como le llamaba todo el mundo) me contó, todo misterioso, que estaba haciendo una cosa que iba a llamar la atención. Tenía pensado presentarla en las fiestas de Burela que se celebraban en agosto pero hasta entonces sería un secreto de qué se trataba. Llegado ese mes, un día recibí una llamada suya invitándome a que fuera el día de la fiesta a la presentación de su obra. Lamentablemente, yo me encontraba en Mallorca y no podía acudir. Non t´apures, cando volvas por eiquí ei de mostrárchelo. Non o vas a creer!-, me dijo.
Y claro, fui por allí un par de meses después. Al entrar en su taller me llamó la atención un gran bulto cubierto con una sábana blanca que apoyaba sobre unas tablas. Algo nervioso pero serio, se dirigió al misterio y levantó el velo: ante mí aparecieron las piezas que, por seguir con el enigma, encontrará quien llegue al final del vídeo (salvo que la impaciencia le consuma y arrastre el cursor del vídeo hasta el final antes de tiempo).
Hace tiempo que no sé nada de Laxe y, por temor a malas noticias, siempre voy dejando para un mañana que probablemente no llegue nunca, llamarle por teléfono.
No menos intensa, pero sí más breve, ha sido la relación con José Allende. Sólo lo he visitado en un par de ocasiones. La primera, porque alguien me había comentado dónde se encontraba y qué tipo de cestos hacía así que, en un viaje que hice por Asturias, pasé a verle. La segunda vez, unos años después, fue por sorpresa, no sólo para él sino para mi mismo. Regresaba a Galicia de un trabajo en Euskadi y de pronto me acordé de Pepe. Miré el mapa y vi que su pueblo no quedaba muy lejos del lugar por donde estaba pasando así que viré en redondo, tomé una mini carretera de montaña y en una hora me presenté en su casa. Ya no hago paxos (así llaman a los paxes en Asturias...,o viceversa), estoy muy mayor y las manos ya no me dan-, me soltó de primeras. Pero, en fin, insistí un poco y sin más me vi comiendo un bocata en medio del monte y cortando algunas varas de avellano en el rato que el almorzaba en su casa. Mi propuesta, como en otras ocasiones, fue la de que yo me encargaba de llevar el material y, bajo su dirección, hacer el cesto. Pero, como en otras ocasiones también, fue el propio maestro quien acabó haciendo el que tal vez fuera su último canasto, en tanto que éste se dedicaba a grabar y fotografiar sin mucho disimulo y aprovechando la generosidad y entusiasmo que terminan por poner los abuelos en la cosa.
Hay ocasiones en que parece que algo te empuja, te dejas y aciertas; entonces, es llegar y besar al santo (o al cestero). Esta fue una de ellas.

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