sábado, 5 de febrero de 2011

Más Cái

Te vas a visitar a Carlos "Soleta" en Medina Sidonia por regalarte de nuevo con su sonrisa y sus preciosas capachas de colores de flejes reciclados. El taller ha decaído un poco desde el último encuentro. Ya no cuelgan del techo tántas ristras de plásticos como antes, ya no hay tántos capachos, tánto color. Sientes como si "Soleta" fuera despidiéndose despacito de sus manos al paso que sus manos se alejan de pleitear. Pero salta el niño al rostro del viejo en una sonrisa y Carlos es una pildora de felicidad.
Hay marineros de piel pómez atestada de barba erizo en Barbate que apenas entiendes cuando hablan. Lo justo para pescar al vuelo un par de palabras: "nasas" y "huncos" (aspirada la h), y tirar del sedal. Se hacían, se hicieron, hasta hace unos años pero el último viejito que sabía lo dejó. Sigo el rastro de la seda y me lleva de la mano de su sobrino hasta una vieja casita soleada en el barrio de pescadores donde el abuelo, en penumbra de saloncito humilde y en corro de su mujer e hija cubiertas con mantas, ve la TV a las 11 de la mañana. Desalentador hasta que, de nuevo, asalta el niño al viejo y nos habla de cuando hacía las nasas, de cómo aprendió y de cómo lo dejo. Para muestra, un par de botones: dos nasitas versión 'bonsai' que hizo no hace mucho y que el sobrino guarda como recuerdo.
Vaya entonces un dato recogido de palabra y fotos para quien le interese: desde el cabo de Creus al de Trafalgar, las nasas igual; en técnica y materiales.
También semejante la rabia de los pescadores desde allá hasta acá: "Quienes prohibieron las nasas no tienen ni idea de pesca", se indignan. "Siempre se usaron y siempre hubo mucha pesca porque las nasas no matan lo que pescan y el pescador puede devolverlo vivo al mar si no le vale. Además, son selectivas, nunca acaban con la cría." "Y esos mismos que prohiben las nasas para 'proteger' la pesca son los que permiten las artes de arrastre que han arrasado este mar" (entiéndase el que toque en cada caso).
Tierra adentro, El Gastor, un pueblito blanco a la revuelta de otra curva camino de la serranía de Grazalema. Montes de bandoleros de leyenda como Jose María "El Tempranillo", personaje que da nombre al museito de artes y costumbres populares que alberga la que fuera casa de su novia.
Hace unos años, no sé si el alcalde, invitó a los viejos del lugar a que trajesen o reprodujesen piezas de las que antiguamente hacían ellos mismos para cubrir algunas necesidades de su vida cotidiana: aperos de labranza, calzado, cestos, herramientas, instrumentos musicales, etc. Y el resultado de aquella convocatoria fue espectacular: una colección repleta de joyas de arte popular realizadas por los vecinos del pueblo. Tan largo sería describiros cuanto ahí encontré que ni me pongo a hacerlo, pero cuando uno recorre las calles del Gastor y va conociendo a sus viejos el misterio se revela, ¡cuántas cosas y con qué arte las saben hacer! En cestería, aquí se encuentran el esparto, la pita, la palma, la vareta de olivo, la anea..., materiales que, en manos de Antonio, Cristobal, José o tántos otros, se convierten en preciosos objetos que no distinguen utilidad de belleza. Y te enamoras de lo que ves, y te vas.

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